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Cultura | Bernard Noël, in memoriam / Philippe Ollé-Laprune

Traducción de Daniel Saldaña París.

 

La noche muere por nada
por un destello
por una chispa

B. Noël

 

El pasado 13 de abril desapareció Bernard Noël, escritor mayor de nuestro tiempo. Su obra, tan amplia como profunda, continúa interrogándonos. Nacido en 1930, forma parte de una generación marcada por los horrores del siglo XX, con la Segunda Guerra Mundial y los campos de concentración, la bomba atómica, el estalinismo y el nazismo, las guerras coloniales. Frente a estos flagelos, y tras haber publicado su primer libro de poemas en 1958 (Extractos del cuerpo), se le impone el silencio: vivirá un conflicto interior que contrapone el poder de las palabras al mutismo voluntario. Comprometido con el bando argelino durante la guerra de independencia, Noël se convierte en un “recadero” que apoya la acción del FLN. Preso, escucha durante la noche los gritos de los torturados y hablará de cuánto lo sacudió dicha experiencia, de cuánto lo privó de las ganas de escribir. Durante cerca de una década vivirá de su pluma, aunque participando en la redacción de diccionarios. Abrigará la certeza de haber obtenido su dominio de la lengua en el curso de dicho episodio, en el que la precisión exigida por la escritura le confirió un virtuosismo del que sabrá beneficiarse.

Su actividad como autor se anclará en un compromiso profundo con las diversas luchas, impulsada por un sentido de rechazo a las ignominias de su tiempo. Al respecto, dirá: “En un punto dado del gaullismo, la novela erótica se me presentó como un arma contra la estupidez política —la única arma contra aquella sociedad satisfecha y hedionda”. Así, publica bajo seudónimo su primera novela, El castillo de Cena, que será censurada de inmediato cuando aparezca con su nombre. Para Noël, dicho libro supone el exorcismo de una terrible constatación: los verdugos torturan a los argelinos en francés, el mismo idioma que los políticos —a los que encontraba repulsivos— mancillaban con sus discursos, y que él pensaba utilizar para alumbrar una obra literaria. Ese breve texto, de una inusual intensidad erótica, constituye la liberación de su voz, el medio del que se ha servido para apropiarse de las palabras que ya no volverá a soltar. Resulta llamativo observar que esa segunda edición aparece al mismo tiempo —en 1971— que su Diccionario de la Comuna, fruto de un trabajo de investigación de varios años. Influenciado por dicha revolución y por la suerte trágica de los comuneros, Noël entrega un libro de referencia sobre el tema que es, al mismo tiempo, un homenaje a aquellos revolucionarios sacrificados por el Poder. Con un mismo impulso, nuestro autor presenta dos libros que son, pese a sus marcadas diferencias, un canto a la revuelta y a la negativa a someterse.

A raíz de la publicación de El castillo de Cena, Noël es llevado a juicio y condenado. Durante el proceso, se revuelve contra las declaraciones de su abogado, quien argumentaba que “este escritor no es peligroso, porque es un buen escritor”. Como si los autores dignos de dicho título debieran ser inofensivos. Por el contrario, como el propio Noël apunta, ha “buscado una lengua perfecta para expresar el horror” y no para mostrar la belleza de su estilo. Nunca olvidará esa lección. Los textos de Noël no son jamás gratuitamente “bellos”: si buscan una forma estética lograda y seductora lo hacen, antes que nada, al servicio de una sensibilidad y un pensamiento exigentes. Víctima de los ataques de la censura, extrae de ahí una reflexión en torno a un fenómeno más insidioso e inquietante. Para acompañar su propósito inventa un neologismo: la sensura, que define como la privación del sentido mediante el exceso. En otras palabras, si la censura reprime por la prohibición y la exclusión, la sensura trabaja a la inversa. Escribe Noël: “Por primera vez en la historia, es la seducción la que oprime y no la violencia”. Mediante una profusión de palabras e informaciones y un uso incorrecto de la lengua, que se vuelve blanda y melosa, nuestras sociedades banalizan, suprimen la posibilidad de desarrollar un pensamiento crítico. Esto conduce a la pérdida del sentido; nuestro espíritu queda enterrado bajo una avalancha de palabras, mal empleadas o aproximativas, que pierden, así, su significado. Noël comienza a reflexionar al respecto en 1975, en “El ultraje a las palabras”, breve ensayo que en adelante acompañará a El castillo de Cena. Desde el comienzo, llama la atención del lector sobre ese nuevo modo de opresión, muy ligado al estado de la lengua. La defensa de la palabra y de su sentido pasa por la práctica literaria, donde se confunden lectura y escritura. Así, el compromiso de Noël en su obra corresponde también a una forma de oposición contra esa censura, un combate que pone en juego ciertas fuerzas que trascienden a sus propios textos o su pertinencia.

La obra resultante es voluminosa (más de sesenta títulos, de los cuales lo esencial ha sido reunido en cuatro gruesos volúmenes editados por P.O.L.) y sorprende, sobre todo, por la variedad de géneros que aborda. Noël es, quizá por encima de todo, poeta, pero escribió novelas, relatos, monólogos, ensayos, crítica literaria y de las artes, traducciones, obras de teatro y diccionarios. Más que querer tocar todos los géneros, intentó abolir las fronteras entre ellos, como si la práctica de la escritura fuera una sola y no pudiera sino llevar a la fusión de esos géneros. Tales profusión y variedad demuestran, también, que su trabajo interroga el fundamento mismo de la Literatura, su pertinencia y sus límites. Vale la pena agregar que fue un editor excepcional mientras estuvo al frente de —entre otras— la colección Textos de Flammarion, así como un gran promotor de encuentros, en particular desde la Fundación Royaumont. A esta caudalosa actividad la animaba una idea: la literatura es un territorio de resistencia. Es el lugar del rechazo a los esquemas y las facilidades, donde se lucha contra la estupidez y los clichés. En una conferencia, dictada en México en 1994, Noël declaró: “Conocí a una mujer, mecenas, que me dijo durante una comida que ella leía para pensar en otra cosa. Yo escribo para proponer textos que no te hagan pensar en otra cosa”.

Los libros de Noël parecen obsesionados con una pregunta recurrente: “¿Qué es…?”, que sabe aplicar a no pocos asuntos. Se pregunta, en especial, sobre la palabra y su valor. Le asigna a esta una fuerza singular al escribir: “La escritura, dado que juega a la vez en lo visible y lo invisible, ilumina la oscuridad”. Por la fuerza activa de la palabra literaria, el escritor tiene, en primer lugar, el privilegio de restituirle su potencia a esa palabra. Desde luego, no se engaña y sabe que el universo de lo escrito permanece cerrado en sí mismo, que le cuesta traducirse en actos “reales”. Noël le da vuelta a ese argumento y dice al respecto: “La impotencia para cambiar el mundo no es culpa del pensamiento: este convierte esa herida en boca”. La revuelta frente al Mundo puede parecer estéril en tanto que nos cuesta forzar una evolución de las cosas, pero la grandeza de la escritura está en saber tomar ese dolor para transformarlo en la fuerza viva de la palabra. La nobleza y la grandeza en el acto de escribir consisten, por un lado, en reforzar el poder de la palabra mediante la precisión y la pertinencia del vocabulario, que afinan el pensamiento, y, por otro, en interpretar el dolor de saber que dicho acto no genera fácilmente consecuencias más allá de su propia esfera de influencia.

“Para mí, la poesía es una suerte de tormenta mental que hace llover el verbo, el movimiento, un movimiento de violenta unidad entre el afuera y el adentro”. Noël sorprendía con frecuencia a sus interlocutores al querer explicar cómo trabajaba, cómo hacía nacer la poesía sobre la página. Procedía mediante la delimitación de un espacio a la vez mental (por los temas abordados) y físico (por el número de versos o su medida). Una vez definido así el territorio, dejaba llover sus palabras. El texto se construye así y pone en consonancia las fulguraciones interiores con las palabras inscritas en la página. Al confiar en el valor de la creación, Noël entiende la fuerza de resistencia de un texto y le atribuye un papel adicional: es una huella que desafía al olvido. “La oscuridad es a la luz lo que el olvido al recuerdo”. La escritura está del lado de la luz y de la marca que desafía al tiempo. Lo enunciado sirve para hacer frente al marasmo circundante y actúa al servicio del futuro, como una llamada que atraviesa el tiempo.

Hay temas recurrentes en sus páginas. Si el desafío al tiempo y al olvido es una preocupación mayor, Noël no deja de hablar del cuerpo, de las miradas y de la pintura. Su escritura insiste sobre los aspectos más físicos de nuestra existencia: la carne transmite, antes que el espíritu, las palabras que queremos dejar. Y el ojo, figura constante de su obra, interroga a lo Bello y el misterio que encarna. A lo largo de este recorrido hay numerosos autores que marcan sus escritos; cita con complicidad, entre otros, a Artaud, Daumal, Gilbert-Lecomte y Bataille como predecesores de importancia.

Consciente de la trampa tendida por nuestro entorno demagógico —en particular por los medios y el universo del consumo, que no invitan a compartir sino lo insignificante—, Noël denunció esa sensura, generada por una información que no es sino lo contrario de la cultura: se agota instantáneamente, mientras que la creación y el pensamiento están constituidos por aquello que no puede agotarse en ninguna explicación. De ahí que sea normal que el mundo periodístico lo haya excluido durante toda su vida, aun cuando lo haya despedido ampliamente tras su muerte. Nos quedan sus palabras, sus ideas y sus libros, que a veces alivian y con mayor frecuencia atormentan. Bernard Noël propuso una reflexión de aspecto afilado y presencia subversiva: una expresión, sin concesiones, de conceptos transportados por una mecánica intelectual voraginosa, que avanza sin recurrir a la linealidad del entendimiento. Elabora sus interrogantes desde ángulos originales de ataque y deja, así, que su pensamiento tome vuelo, sin argumentar de manera demasiado plúmbea, sino imponiendo, como en ráfagas, una seguidilla de imágenes e ideas que se instalan sin esfuerzo.

“El país de más abajo es negro”, escribió. El enigma y el aliento de su voz pasan mejor que nunca a través de esas palabras.

 

 

Philippe Ollé-Laprune / París, Francia, 1962. Es editor, escritor y promotor cultural. Dirigió la oficina del libro de la Embajada de Francia en México y fue director-fundador de la Casa Refugio Citlaltépetl y de la revista Líneas de fuga. Actualmente coordina la red ICORN en América Latina y es locutor del programa radiofónico “Acentos” en Opus 94. Su libro más reciente en español es Los escritores vagabundos. Ensayos sobre la literatura nómada (Tusquets, 2017).

Daniel Saldaña París / Ciudad de México, 1984. Es escritor, traductor y Jefe de Redacción del Periódico de Poesía. Sus libros más recientes son El nervio principal (Sexto Piso, 2018) y Aviones sobrevolando un monstruo (Anagrama, 2021).

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