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Opinión | Entre la ofensiva colonial israelí y la resistencia palestina / Claudia Cinatti

Entre la ofensiva colonial israelí y la resistencia palestina
Claudia Cinatti

 

Es 18 de mayo y hace nueve días que el Estado de Israel bombardea sin pausa la Franja de Gaza, un minúsculo rincón del planeta de algo más de 300 km cuadrados, donde sobreviven como pueden unos 2 millones de palestinos. La imagen de la semana es el derrumbe de una torre de 12 pisos que deja en su lugar una nube de humo y polvo. El edificio que se desplomó por un bombazo del ejército israelí alojaba las oficinas de la prensa internacional en Gaza, no solo de la cadena qatarí Al Jazeera sino también de la muy occidental Associated Press (AP). El gobierno israelí intenta justificar el ataque como lo hace cada vez que vuela por los aires viviendas, escuelas, y hasta hospitales: que son fachadas detrás de las cuales se escudan Hamas y otros grupos “terroristas”. Pero los periodistas y corresponsales dicen otra cosa. Denuncian que les avisaron con el tiempo justo para salir con lo puesto y que tuvieron que dejar atrás valiosos archivos y documentos. Fue el presidente de AP, la agencia norteamericana de noticias, quien en un comunicado señaló lo obvio: que el mundo sabrá menos sobre lo que sucede en Gaza.

También el 15 de mayo fue un día de movilizaciones, resistencia y lucha. En los territorios palestinos y en los países árabes se recuerda en las calles la Nakba, es decir la catástrofe que implicó la fundación del Estado de Israel en 1948 y que se continúa con la colonización y ocupación militar. Y en varias ciudades, desde Londres a París y Nueva York, decenas de miles salieron a las calles a mostrar su solidaridad con el pueblo palestino bajo ataque israelí. Incluso en países como Francia, desafiando la prohibición de manifestar y la represión del gobierno de Macron, que acusa de antisemitas a quienes cuestionan los crímenes de guerra y la opresión del Estado sionista.

Aunque aún la escalada militar está en curso, hay varias señales que indican que tanto para el gobierno israelí como para sus principales aliados, entre ellos el imperialismo norteamericano, se estaría acercando el momento de negociar una tregua, antes de que el conflicto salte el cerco de los territorios ocupados e incendie el Medio Oriente.

El gobierno de Estados Unidos, que como siempre salió a respaldar al Estado de Israel, está operando de manera frenética. Fue el propio presidente Joe Biden quien llamó personalmente a Netanyahu y al presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmoud Abbas, para empezar a negociar un cese del fuego. Mientras que funcionarios de la Casa Blanca envían mensajes a la dirección de Hamas (con quien Washington no tiene relación directa porque lo considera una organización terrorista) a través de aliados, como Egipto.

La escalada en Gaza pone en cuestión los llamados “Acuerdos de Abraham”, impulsados bajo la presidencia de Donald Trump para que los países árabes normalizaran sus relaciones con Israel. Los primeros firmantes fueron Emiratos Árabes Unidos y Bahréin. Este realineamiento geopolítico en el Medio Oriente alistaba una alianza árabe-israelí contra Irán. Y dejaba en completo aislamiento al pueblo palestino.

La ofensiva militar israelí, y sobre todo el ataque a la prensa norteamericana en Gaza, dejó a Biden en una posición incómoda. Internamente, enfrenta una rebelión de sectores del partido demócrata, que cuestionan su alineamiento incondicional con la extrema derecha israelí y el gobierno de Netanyahu, aunque no la alianza estratégica con el Estado de Israel. Y en el plano externo, obliga a Estados Unidos a volver su atención al Medio Oriente, cuando la prioridad de la política exterior de Biden es disminuir la exposición en la región –el intento de volver a algún tipo de acuerdo nuclear con Irán está en función de ese objetivo–, retirarse de Afganistán y concentrarse en la competencia y contención de China.

 

 

Provocación y ocupación colonial

Como suele suceder cada vez que el Estado de Israel lanza una operación militar de envergadura contra el pueblo palestino, el primer ministro Benjamin Netanyahu invocó el derecho a defenderse de “ataques terroristas” de Hamas, en referencia a los cohetes lanzados desde la Franja de Gaza sobre territorio israelí. Argumento que repiten desde el presidente norteamericano Joe Biden (aliado incondicional del Estado sionista) hasta la derecha local de Juntos por el Cambio y sus periodistas afines.

Contra esta propaganda interesada, el intelectual de origen judío Norman Finkelstein plantea que “ni el bloqueo inhumano e ilegal impuesto a Gaza ni las ‘operaciones’ criminales periódicas que Israel ha desplegado en contra de Gaza se originan en los cohetes disparados por Hamas. Estas fueron decisiones políticas israelíes que surgen del cálculo político israelí, en el cual las acciones militares de Hamas figuran como un factor nulo” [1].

Hasta los grandes medios imperialistas debieron reconocer que la escalada militar se originó por una sucesión de provocaciones en Jerusalén Este, la zona árabe de la ciudad ocupada por Israel, tanto por parte de instituciones del Estado sionista como de grupos de colonos ultra derechistas.

Estas provocaciones incluyeron la prohibición del acceso de palestinos a lugares sagrados durante el mes de Ramadán, el desalojo con gases y balas la mezquita de Al Aqsa, las celebraciones por parte de sectores de la ultra derecha ortodoxa de un nuevo aniversario de la ocupación de Jerusalén; y las sucesivas represiones en las que resultaron heridos y detenidos cientos de palestinos. Pero quizás lo más significativo, por su alta carga simbólica fue la orden judicial de expulsión de seis familias palestinas de sus hogares en Sheikh Jarrah, haciendo lugar al reclamo de un grupo de colonos. La ley israelí les da el derecho a los judíos a reclamar propiedades en Jerusalén declaradas como propias antes de la división del territorio en 1948, pero con igual fuerza le niega ese derecho a los palestinos expulsados que no pueden hacer ese reclamo ni en Jerusalén ni en ninguna otra parte de Israel.

Por eso, este desalojo conecta directamente la actual política de expulsión de la población palestina de Jerusalén Este con el “hecho colonial” fundacional, o como lo define el historiador de origen israelí Ilan Pappé, la “limpieza étnica” [2] del territorio sobre la que se fundó el Estado sionista. Eso explica la profundidad del hecho y de la respuesta palestina.

 

 

Guerra y crisis política

Con esta nueva escalada en Gaza, el primer ministro Benjamin Netanyahu parece haber alcanzado algunos de sus objetivos. Volvió al terreno militar, lo que sintoniza con su estrategia colonial agresiva de anexión de gran parte de Cisjordania; y refuerza su base en la (extrema) derecha. Cantó victoria sobre Hamas (y Jihad Islámica) porque según su versión de los hechos, con los bombardeos indiscriminados contra Gaza no solo asesinó a más de 150 civiles (entre ellos un tercio al menos son niños) y destruyó la ya precaria infraestructura de esta “prisión a cielo abierto”, sino que dañó el armamento y la red de túneles utilizada por Hamas (el “metro” de Gaza como la denominan).

Estos éxitos modestos –qué menos se puede esperar de una potencia militar y nuclear armada por Estados Unidos– no ocultan que el ataque de Hamas puso en evidencia que incluso con métodos asimétricos, un enemigo menor puede hacer daño, alterar la vida cotidiana y exponer algunas debilidades militares como la eficacia del “Domo de hierro” que interceptó el 90 % de los cohetes disparados por Hamas pero dejó pasar el 10 %.

Pero si hay una victoria para Netanyahu, esta es política antes que militar. Esta guerra –por ahora limitada– fue un salvavidas para el inoxidable primer ministro que después de 12 años ininterrumpidos en el cargo al frente de una coalición con partidos de extrema derecha, había fracasado en formar gobierno tras las elecciones del 5 de mayo. La tarea había recaído en el líder opositor, el periodista Yair Lapid, que estaba tratando de sumar a su coalición anti Netanyahu al líder de la extrema derecha ortodoxa, Naftali Bennett, y al bloque de partidos árabes con representación en el Kneset. Ese intento opositor quedó sepultado bajo los escombros de Gaza. La unidad nacional sionista y religiosa en torno a la defensa del Estado de Israel jugó a favor de Netanyahu que seguirá aunque sea como primer ministro interino hasta que se convoquen a nuevas elecciones (la quinta desde 2019). De esta manera Bibi, como lo apodan, aleja la perspectiva ominosa de ir a la cárcel por los cargos de corrupción que enfrenta. Y espera que la combinación de la exhibición del poderío militar con la exitosa vacunación contra el Covid-19, junto con el renovado apoyo de Estados Unidos y la Unión Europea le dé un nuevo mandato.

La Autoridad Nacional Palestina, encabezada por Mahmud Abbas está en una crisis terminal. Está circunscripta solo a Cisjordania, ya que ha perdido Gaza a manos de Hamas. La ofensiva israelí durante los años de la presidencia de Donald Trump en Estados Unidos relegó a Abbas a una posición aún más irrelevante y dejó expuesta su política de colaboración con los ocupantes. La suspensión de las elecciones presidenciales y legislativas que iban a realizarse el 22 de mayo después de 14 años sin elecciones, es una medida de esta crisis. Abbas adujo como justificación que Israel no iba a permitir que votaran los palestinos residentes en Jerusalén, pero en realidad tenía razones justificadas para temer una derrota y una extensión de la influencia de Hamas en Cisjordania. Según cómo termine este enfrentamiento, Hamas podría represtigiarse, aunque como señalan varios analistas que siguen de cerca la evolución política en Gaza y los territorios ocupados, su peso ha disminuido en la nueva generación que no ve con simpatía el férreo control religioso islamista.

 

 

Esperando la tercera intifada

Las provocaciones y la ofensiva israelí fueron respondidas con una resistencia que no se veía desde hace años. No solo en los territorios ocupados sino entre los palestinos que viven como ciudadanos de segunda en el Estado de Israel. Este es un problema de primer orden para el Estado sionista. Los árabes constituyen un nada despreciable 20 % de la población israelí. Su reacción activa en las calles ha puesto de manifiesto que las políticas racistas de discriminación –política, legal, social– del Estado sionista contra la población árabe no son gratuitas. No casualmente hay abierto un debate sobre si las movilizaciones que están ocurriendo hoy en los territorios ocupados pero también en el Estado de Israel están preanunciando el inicio de la tercera intifada, es decir, un nuevo levantamiento palestino generalizado contra la ocupación israelí. Recordemos que la primera intifada se desató en Gaza en 1987-88 y fue desviada por la firma de los Acuerdos de Oslo en los que se estableció la “solución de dos Estados” que pronto mostraría ser un engaño para continuar la ocupación colonial sionista. La segunda fue desencadenada en el año 2000 por una provocación del fallecido ex primer ministro y líder de la derecha Ariel Sharon, se prolongó por cinco años y culminó con el retiro unilateral de Israel de la Franja de Gaza.

Al odio histórico contra el ocupante se suman las durísimas condiciones de vida en los territorios palestinos. La situación es particularmente alarmante en Gaza, bloqueada por Israel desde 2007. Según la Oficina Central de Estadística de Palestina, el desempleo en Gaza subió del 45 % en 2019 al 47 % en 2020, y que en algunas zonas alcanza al 50 %. La misión especial de la OIT en los territorios ocupados señala que el trabajo es esporádico, escaso y que la mayoría de la población sobrevive por donaciones internacionales. A esto se suma que producto de la fractura entre la Autoridad Palestina y Hamas, la primera retiene fondos y ha dejado de pagar subsidios.

Lo novedoso con respecto a estos dos levantamientos anteriores es el protagonismo de una juventud que como señala Thomas Friedman en una columna en The New York Times, no responde a las direcciones tradicionales del movimiento palestino y por lo tanto crea un problema al Estado de Israel porque no tiene interlocutores válidos del lado palestino para ejercer el rol de policía interno. La Autoridad Nacional Palestina que gobierna Cisjordania está completamente desprestigiada por su colaboración con la ocupación israelí, y Hamas que gobierna Gaza tampoco logra controlar a esta nueva generación.

 

 

Un Estado, pero ¿qué Estado?

El avance colonial del Estado de Israel, que se ha profundizado cualitativamente en los últimos años, y la bancarrota definitiva de cualquier ilusión de izquierda en la salida de “dos Estados”, alentó el surgimiento de intelectuales, académicos, activistas y personalidades de origen judío que denuncian el carácter colonial, racista y opresor del Estado sionista y plantean como alternativa un “Estado único, binacional y democrático” que surgiría de la desarticulación, sobre todo de la superestructura legal del Estado de Israel que está basado en leyes similares al régimen del Apartheid sudafricano. Incluso organismos internacionales de derechos humanos usan la definición de apartheid. Es el caso de Human Rights Watch que publicó a fines de abril un informe exhaustivo de 213 páginas, denunciando los “crímenes de apartheid y la persecución” del Estado de Israel contra la población palestina.

Esta propuesta de “Estado único democrático” es similar a la que planteó Eduard Said y la izquierda árabe desilusionada con la traición del nacionalismo burgués de la OLP y los acuerdos de Oslo. Aunque también tiene su versión “liberal”. De hecho uno de los primeros en plantear que la idea de un “Estado judío”, basado en la exclusión de los ciudadanos no judíos, llevaba a la limpieza étnica, y que por lo tanto la alternativa era un Estado binacional, fue el historiador británico Tony Judt, que también denunciaba la manipulación que hacían tanto Estados Unidos como Israel de la memoria del Holocausto para acallar a los críticos del Estado sionista. A pesar de esto Judt seguía sosteniendo que el garante de este Estado debía ser nada menos que Estados Unidos [3].

Muchos de estos sectores antisionistas se agrupan en organizaciones, algunas comunes con palestinos como la campaña Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS) que desde hace años utiliza diversos métodos para exponer el carácter racista y segregacionista del Estado de Israel.

Más recientemente se ha conformado la One Democratic State Campaign sobre la base de un manifiesto programático de 10 puntos que plantea la constitución de un Estado democrático con iguales derechos individuales y colectivos para árabes y judíos. En esta plataforma militan tanto personas de origen judío como palestinos. Uno de sus principales referentes, el sociólogo Jeff Halper que preside el comité israelí contra la demolición de casas palestinas, acaba de publicar un libro [4] en el que le da un fundamento teórico poscolonial a la campaña. Estos sectores han llegado a una conclusión fundamental: que el Estado sionista de Israel, aliado del imperialismo, es un enclave racista, basado en la colonización y la opresión nacional, que tiene como principio constitutivo el carácter judío excluyente del Estado (sería como postular que Estados Unidos fuera un estado de los cristianos blancos). Y que por eso mismo es completamente incompatible con el derecho a la autodeterminación nacional del pueblo palestino. Por lo que la alternativa a una nueva limpieza étnica, o al “genocidio incremental” en ciernes que denuncia Ilan Pappé, y que en los hechos está perpetrando Netanyahu, es desmontar este Estado racista y reemplazarlo por un Estado único, democrático y no racista. Sin embargo, como demuestra Sudáfrica post apartheid, para liquidar verdaderamente la opresión es necesario liquidar sus bases materiales. Por eso, nuestra apuesta estratégica, es por una Palestina obrera y socialista y una federación socialista en el Medio Oriente. Porque solo un Estado que se proponga terminar con toda opresión, explotación y reacción imperialista podrá garantizar una convivencia democrática y pacífica entre árabes y judíos.

 

NOTAS AL PIE

[1] Finkelstein, N.G., Gaza. An Inquest Into Its Martyrdom, Berkeley, University of California Press, 2018.

[2] “La política sionista, que en febrero de 1947 se basaba en las represalias por los ataques palestinos, se transformó en una iniciativa para la completa limpieza étnica del país en marzo de 1948. (…) Cuando estuvo terminada, se había desarraigado a más de la población nativa de Palestina (cerca de ochocientas mil personas), destruido 531 aldeas y vaciado once barrios urbanos”. Pappé, I., La limpieza étnica de Palestina, Barcelona, Crítica, 2008, pág. 11.

[3] Judt, T., “Israel: The Alternative”, The New York Review of Books, vol. 50 Nro. 16, octubre de 2003.

[4] Halper, J., Decolonizing Israel, Liberating Palestine. Zionism, Settler Colonialism, and the Case for One Democratic State], Londres, Pluto Press, 2021.

 

 

 

 

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